Descarbonización: ¿Solo con renovables? Un poco de historia

Un breve repaso histórico de la planificación energética en España: cómo han sido las cosas y como podrían haber sido de no haberse producido una moratoria nuclear en 1983


A finales de los años sesenta, mas de dos tercios del suministro de energía primaria  en España procedían del petróleo.  Una serie de circunstancias, como la crisis de 1973, dispararon los precios del crudo.  Esto obligó a revisar la situación dando origen al primer Plan Energético Nacional, el PEN 75 para planificar y regular el mercado de la energía. 

Con el  PEN 75 se pretendía, bajo ciertas previsiones de crecimiento y consumo,  asegurar el suministro a un coste contenido y tratando de equilibrar la balanza de pagos.   La principal decisión fue la de diversificar fuentes de generación dando protagonismo a la energía nuclear.

El PEN se revisó en 1978 manteniendo el enfoque en el desarrollo del parque de generación eléctrica, pero el objetivo para energía nuclear se redujo y se incrementó el impulso al carbón nacional.  Esto permitía plazos de construcción mas breves, apoyar la minería y reducir importaciones.

El PEN volvió a revisarse en profundidad en 1983.  Se insistía en la diversificación y por primera vez se priorizó el ahorro energético creándose el IDAE en el 84.  Se incrementó la participación estatal en el mercado eléctrico con la creación de REE.  Se estableció el Marco Legal Estable como fórmula de retribución.  En la década de los ochenta se pusieron en servicio centrales de carbón y las centrales nucleares actualmente operativas, reduciendo la participación del petróleo en generación.

Sin embargo, en 1984 se estableció la moratoria nuclear por la cual se paralizaban una serie de proyectos, algunos muy avanzados.  Las dos unidades de Lemóniz a más del 90% junto con las dos de Valdecaballeros al 70% fueron directamente a la chatarra.  También se cancelaron los proyectos de Sayago, Regodela, Santillán y Escatrón en fases iniciales o conceptuales. En total, once unidades de 1 GW cada una.

La década de los 90 se sujetó al nuevo PEN 91 enfocándose otra vez en la diversificación y en la eficiencia.  Estos objetivos se alcanzaron solo en generación eléctrica con el desarrollo de cogeneraciones,  minihidráulicas y eólicas.  En la segunda mitad de la década comenzó la expansión del gas con el gasoducto del Magreb.   La diversificación  no redujo la dependencia del petróleo, único para el transporte, ni se  cumplieron los objetivos de eficiencia.

Por otro lado, en la década de los 90 los mercados energéticos evolucionaron hacia una menor intervención estatal.   La liberalización dejaba las decisiones de inversión en manos privadas quedando estas a merced de las señales del mercado.  El estado conservaba  su capacidad de intervención vía subvenciones, impuestos y regulación. 

En estas condiciones, en la primera década del siglo XXI hay un despliegue masivo de centrales de ciclo combinado de gas natural: son baratas, rápidas de construir, su eficiencia limita los costes operativos y son mas limpias que el carbón.  A pesar de todo, un ciclo de gas emite 400 toneladas de CO2 por cada gigawatio-hora que produce y tiene que pagar derechos de emisión cada vez mas caros.  Por otro lado, nadie esperaba la invasión de Ucrania.

Se inicia también el despliegue de plantas renovables al amparo de los Planes PER de 2005 y 2011.   Pese a la declarada intención de fomentarlas,  el ritmo de construcción se para en seco en la segunda década por los vaivenes en las políticas de apoyo.  Sin embargo, se reactiva en 2019, impulsando tanto la eólica como la solar. 

Las renovables, cada vez más baratas, mejor aceptadas y con un fuerte apoyo estatal,  son actualmente el destino único de la inversión en generación.  Se planifica el cierre de las centrales de carbón,  caras y muy contaminantes.

En el año 2020 el gobierno aprueba la planificación energética actualmente en vigor: el ELP 2050 con un horizonte de 30 años y el PNIEC 2021-2030 para la década en curso.   El objetivo es alcanzar neutralidad climática en 2050 mediante la mejora de la eficiencia y el desarrollo de energías renovables.  De cara al año 2030, el objetivo del PNIEC es llegar a unas emisiones por generación eléctrica de 21 MMtCO2.

En 2022 la producción eléctrica con combustibles fósiles ha sido de unos 88.000 GWh de los cuales las tres cuartas partes con gas natural.  Las emisiones asociadas han sido de 44 MMtCO2. Por su parte, la producción nuclear ha sido de 56.000 GWh y cero emisiones con las siete unidades operativas.

De haber estado en funcionamiento las once unidades que se paralizaron con la moratoria, estas habrían podido producir toda la generación fósil de 2022.  Las emisiones en generación habrían sido, no ya las proyectadas para 2030 por el PNIEC,  sino cero.  No habría hecho falta el gas natural para generación eléctrica, con lo cual  habríamos evitado cientos de millones de toneladas de CO2, pagar una capacidad de generación innecesaria y los efectos de la guerra de Ucrania en el coste de la electricidad y la inflación.

La historia no se puede cambiar, pero sirve para aprender.  Las centrales nucleares en España han funcionado cincuenta años de manera continua y segura, sin producir ningún incidente con víctimas.  No es cuestión de buena suerte sino de cultura de seguridad y capacidad tecnológica.

Otra lección es que, por minuciosos que sean los estudios para soportar las predicciones, los planes energéticos son incapaces de anticipar crisis como guerras, epidemias o catástrofes de alcance mundial.   Nadie predijo en los años sesenta que en la década siguiente el precio del petróleo se iba a multiplicar por diez.  Tampoco se anticipó la guerra de Ucrania que ha disparado el precio del gas a valores inimaginables con el consiguiente descalabro económico en Europa.

Dado que la disponibilidad de la energía es crítica, es imprescindible ser prudente y, en la medida de lo posible, protegerse de episodios extremos imprevistos.  La mejor manera de hacerlo es mediante la diversificación que, por cierto, estaba muy presenta en los primeros planes.

Pero no así en la planificación actual.  Se pretende acabar de aquí a 2050 con los combustibles fósiles, que hoy día suponen dos terceras partes de la energía primaria y sustituirlos solo con energías renovables, en base a hipótesis poco realistas, como hemos visto en otras charlas.   Prescindir de la energía nuclear es una decisión desgraciada que nos podría llevar a gravísimas situaciones de desabastecimiento o a perpetuar la dependencia de combustibles, con lo que eso implica.

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